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Gloria a Dios en las alturas

“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”, fueron las palabras de alabanza que resonaron cuando la hueste angelical anunció el nacimiento de Jesús a los pastores.

Fuimos creados desde el principio para glorificar a Dios, porque Dios, ante todo, es digno de honor, gloria y alabanza. La gloria del nacimiento de Cristo solo puede ser verdaderamente apreciada y entendida en el contexto de la destrucción, la oscuridad y el engaño absoluto del pecado. Zacarias profetizo “la luz matinal del cielo está a punto de brillar entre nosotros, para dar luz a los que están en oscuridad y en sombra de muerte, y para guiarnos al camino de la paz” (Lucas 1:78-79). Es como si los ángeles no pudieran contenerse cuando fueron enviados desde el cielo para anunciar el nacimiento de Cristo a los pastores que observaban sus rebaños por la noche en las colinas de Judea. La escritura dice que sucedió de repente que apareció un ángel, y la gloria del Señor brilló sobre los pastores cuando el ángel anunció, “les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. ¡El Salvador ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David!” (Lucas 2:10-11). Sucedió de repente que una multitud de ejércitos angelicales del cielo aparecieron en el cielo nocturno, dando glorias a Dios y anunciando la paz a los hombres que vendrían bajo el favor y placer de Dios. Esto no fue un anuncio de salvación universal, sino un anuncio de gracia y favor dado a todos los que acuden a Cristo para salvación. ¡Le agrada a Dios salvar a los perdidos a través de Su Hijo Jesus!

¡Este era un ejército angelical enviado para celebrar la paz! Qué idea de que un ejército sea enviado, no para llevar la espada de la guerra, sino para anunciar la paz. Esta es una paz que Dios da, no el hombre. Esta paz es el resultado de la obra redentora del hombre Cristo Jesús, el segundo Adán, la cabecilla de una raza nueva y redimida, el Señor de todos. El pecado ha oscurecido tanto el corazón y la mente de toda la humanidad que es imposible que el hombre no peca, es imposible que el hombre entienda a Dios o su necesidad de Dios aparte de la luz y la revelación de Dios, y es imposible que el hombre se salve a sí mismo. Escuche una vez más la descripción del apóstol Pablo de la depravación de la raza humana: “Tal como acabamos de demostrar, todos, sean judíos o gentiles, están bajo el poder del pecado. Como dicen las Escrituras: ‘No hay ni un solo justo, ni siquiera uno. Nadie es realmente sabio, nadie busca a Dios. Todos se desviaron, todos se volvieron inútiles. No hay ni uno que haga lo bueno, ni uno solo. Lo que hablan es repugnante, como el mal olor de una tumba abierta. Su lengua está llena de mentiras. Veneno de serpientes gotea de sus labios. Su boca está llena de maldición y amargura. Se apresuran a matar. Siempre hay destrucción y sufrimiento en sus caminos. No saben dónde encontrar paz. No tienen temor de Dios en absoluto” (Romanos 3:9-18). Es un pensamiento desembriagante cuando Pablo dice, "ni siquiera hay uno". Por lo tanto, toda la raza humana no necesita una nueva filosofía, o más dinero o posesiones materiales. ¡No necesitamos algo, necesitamos a alguien! Alguien que perdone nuestros pecados y nos salve de nuestra naturaleza pecaminosa. Alguien que traiga luz a nuestra oscuridad y nos restablezca la paz con Dios y con nuestros prójimos. Alguien que nos lleve de regreso a nuestro lugar como adoradores de Dios, y alguien que guíe nuestros pies en los caminos de la paz. ¡Alguien llamado Jesús!

Los gobiernos de este mundo no pueden salvarnos de nuestros corazones malvados y pecaminosos. Los políticos no pueden por legislación producir en sí mismos ni en nosotros la justicia. Debido a que la iniquidad y la rebelión de ley abundan en todo el mundo, los gobiernos difícilmente pueden impedir que los seres humanos cometan actos atroces de pecado, violencia y abusos increíbles contra ciudadanos inocentes. Los presidentes y los reyes no pueden, por medio de tratados de paz, impedirnos la guerra. Si eso fuera posible, la humanidad ya hubiera forjado sus espadas en rejas de arados. No, solo el Príncipe de la Paz puede llevar la paz a un alma humana, y un día la paz a las naciones. Isaías lo dijo mejor cuando profetizó del reinado milenio de Cristo: “El Señor mediará entre las naciones y resolverá los conflictos internacionales. Ellos forjaran sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en herramientas para podar. No peleara más nación contra nación, ni seguirán entrenándose para la guerra” (Isaías 2:4).

La historia de Navidad nos recuerda que el propósito de Dios es traer paz a nuestras almas, a nuestra familia, a nuestra iglesia, a nuestras ciudades y a nuestra nación. La Navidad es una celebración de esperanza y una expectativa de paz personal y reconciliación con Dios y los hombres. Los cristianos aún pueden vivir en paz sin importar alboroto de las naciones que nos rodean. Somos los portadores de esperanza para las naciones y vivimos con una anticipación segura, acompañados por gemidos internos y anhelos por el día, cuando Cristo regrese y establezca la paz verdadera en la tierra.

¡En nombre de la Oficina de Relaciones Hispanas, oramos por la paz y la bendición de Dios sobre su vida y su familia! Oramos por nuestros hermanos y hermanas perseguidos en todo el mundo que sufren porque profesan a Jesús como Señor, y oramos por nuestros amigos latinoamericanos que luchan en la frontera para que Dios los proteja y satisfaga sus necesidades mientras esperan algo mejor. Oramos por nuestro presidente y congreso para que Dios guíe sus pies en los caminos de la paz. Oramos por nuestros pastores e iglesias y por nuestros líderes nacionales de las AD, para que Dios los dé unción fresca y sabiduría.

¡Feliz navidad y la bendición y prosperidad de Dios en 2019!